Para entender la conquista de Tenochtitlan
Dos relatos fundamentales en voz de los protagonistas y testigos primarios de la historia
Daniel Díaz
Tras la conquista militar de Tenochtitlan hubo varios intentos por conocer a quienes desde ese momento quedarían bajo el dominio de los españoles. Los mexicas controlaban gran parte del territorio que hoy es México; a algunos pueblos vecinos los habían derrotado y conquistado por medio de la guerra, mientras que con otros tenían alianzas basadas en el parentesco, generalmente mediante el matrimonio de sus personajes nobles con los de los coaligados. Cuando los mexicas fueron derrotados, en 1521, comenzó un proceso de sometimiento a nuevas formas de organización social, económica, política e ideológica.
Cuando se leen las crónicas de la llegada de los españoles a lo que en
la actualidad es México, resulta inevitable observar que los relatos
existentes son muy parecidos. Aunque hay excepciones, como la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, y el famoso Códice Florentino o Historia general de las cosas de Nueva España, obra de fray Bernardino de Sahagún.
La de Díaz del Castillo, quien acompañara a Hernán Cortés en su viaje de
Cuba a Tenochtitlan, destaca porque no pretendió ser un documento que
avalara los hechos en que participara el cronista y obtener prebendas
reales. Su autor se dio cuenta de que para los mesoamericanos el oro no
tenía el mismo valor que para los europeos y prefirió tomar unas piedras
verdes, chalchihuites, las cuales, en 1520, cuando los españoles
salieron huyendo de Tenochtitlan rumbo a Tlaxcallan (Tlaxcala),
intercambió por alimentos.
El Códice Florentino, de Sahagún, es un texto en gran parte
bilingüe que recopila la vida de los mexica-tlatelolcas. Es el
resultado de una larga y metódica investigación basada en los
sobrevivientes de la guerra de conquista, la cual fue vertida al náhuatl
y al español que en el siglo XVI hablaban los conquistadores para
evangelizar a los mesoamericanos: una necesidad urgente para aquellos
hombres que creyeron que Dios les había premiado con el “descubrimiento”
de otras personas a las que era necesario llevar la verdadera religión.
Sin embargo, los esfuerzos que hicieron no fructificaron y fue tal la
desazón que las autoridades reales prohibieron que se hablara más “sobre
las antiguallas de los indios”, pues ese conocimiento podría
inclinarlos a regresar a sus “antiguas idolatrías”.
En suma, estas dos obras son fuente de primera mano en donde podemos
conocer la parte de esa historia que fue un parteaguas de lo que fuimos y
de lo que hoy somos. Una historia que a muchos aún duele porque se le
desconoce. Sin embargo, hoy podemos, si queremos, tener acceso a esos
relatos que, para los mexicanos, es indispensable conocer.
Códice Florentino
Para que esas “nuevas realidades’’ fueran impuestas se hizo necesario el
conocimiento de los vencidos. La descripción de los pueblos sometidos
comenzó alrededor de 1525, apenas cuatro años después de la caída de la
capital mexica. El Códice Florentino, conocido comúnmente –por el nombre impuesto por aquellos que lo han editado– como Historia general de las cosas de la Nueva España, fue uno de los esfuerzos más notorios para describir a una sociedad que, en la visión de los conquistadores, debía cambiar.
Pensado como una herramienta para coadyuvar a la evangelización de los
mesoamericanos, muchas de sus páginas están a dos columnas: en una está
la descripción en náhuatl y en la otra en español; sin embargo, hay
otras que, aunque siguen el formato de las dos columnas, solo están en
náhuatl. Hoy en día, los estudiosos siguen trabajando en la paleografía y
la traducción de esos textos.
A pesar de esto, el Códice Florentino nos ayuda a comprender a
la sociedad mexica, pues sus escribanos fueron los hijos de los
vencidos, a quienes los frailes pretendieron educar y evangelizar para
que, a su vez, convencieran a los que estaban a su alrededor con el fin
de que dejaran las prácticas ceremoniales y rituales de su religión
primigenia.
El Códice está dividido en tres tomos que contienen doce
libros, cada uno de los cuales está dividido en capítulos y párrafos.
Fue producto de un cuestionario elaborado por Sahagún y contestado por
quienes habían vivido en tiempos prehispánicos. La obra está
profusamente ilustrada con un estilo que combina la manera de dibujar de
los europeos del siglo XVI con los jeroglíficos de los habitantes
indígenas de Nueva España.
La Conquista
En el “Libro XII” del Códice (“El dozeno libro. Tracta de como
los españoles conquistaron a la Ciudad de Mexico”) se cuenta la tragedia
de la Conquista: desde el avistamiento de los soldados españoles a
bordo de sus naves en las playas del actual Veracruz hasta cómo los
vencedores exigieron oro a los vencidos: “Otra vez dixo Marina: ‘El
señor capitán dice que busquéis dosientos tesoelos de oro tan grandes
como así’. Y señalóles con las manos el grandor de una patena de cáliz”.
Aunque este “dozeno libro” rompe con “la composición lógica
enciclopédica de la obra en general”, es uno de los documentos que nos
acercan con mayor fidelidad a esa parte de nuestra historia. Como
afirman los investigadores Alfredo López Austin y Josefina García
Quintana, “la obra bilingüe que registra a la letra las respuestas de
los viejos informantes constituye la fuente máxima para el estudio de
los antiguos nahuas”.
El Códice Florentino, ricamente ilustrado, se terminó hacia
1577. Para esas fechas las autoridades ibéricas ya habían prohibido que
se investigara y publicara acerca de “las antiguallas de los indios”:
pensaban que así acabarían con la memoria de lo que fueron los reinos
que habían derrotado con la guerra.
La Historia verdadera …
Bernal Díaz del Castillo fue un soldado que vino con las tropas de
Hernán Cortés, en 1519, a la conquista de Tenochtitlan. También había
participado en las expediciones que comandaron Francisco Hernández de
Córdoba en 1517 y Juan de Grijalva en 1518.
Dichos capitanes no traían instrucciones del gobernador de Cuba Diego
Velázquez para colonizar, solo para comerciar con quienes encontraran en
sus viajes. Cuando Cortés decide desembarcar y penetrar en las tierras,
conquistarlas por la guerra y luego colonizarlas, lo hace porque sus
soldados se lo piden, como afirma Díaz del Castillo: “Pues otra cosa
peor dicen: que Cortés mandó secretamente barrenar los navíos: o es así,
porque por consejo de todos los más soldados y mío mandó dar con ellos
al través, a ojos vistas, para que nos ayudasen la gente de mar que en
ellos estaban, a velar y a guerrear”.
Este soldado, quien llegaría a ser “vecino y regidor de la muy leal
ciudad de Santiago de Guatemala”, decidió contar los hechos que vio
porque cuando leyó lo que se había escrito al respecto consideró que “en
todo escriben muy vicioso. ¿Y para qué yo meto tanto la pluma en contar
cada cosa por sí, que es gastar papel y tinta? Yo lo maldigo, aunque
lleve buen estilo”.
El relato de Bernal Díaz es el de un hombre de esa época, a semejanza de
Cortés. Como dice el historiador Antonio Rubial, “parecería
contradictorio que un hombre de armas […] imbuido de los valores
guerreros como el arrojo, la valentía, el gusto por el fragor de la
batalla y por derramar sangre, fuera al mismo tiempo un varón piadoso y
un ferviente católico preocupado por la salvación de su alma y por la de
sus semejantes”.
Eran soldados producto de una sociedad medieval, habían guerreado por
años contra los musulmanes y fueron derrotados en 1492. Por eso creían
que Dios los había premiado con estas nuevas tierras, pero a cambio
tenían que llevar la religión cristiana a los indígenas de Mesoamérica.
En la obra de Díaz del Castillo –y en otros relatos– son abundantes las
comparaciones con aquella guerra, así como llamar a lo recién
descubierto con nombres que recordaban las batallas contra el islam.
Las costumbres y las formas de guerrear también pasaron a esta tierra,
como la de tomar prisioneros, herrarlos en la cara y venderlos como
esclavos (aunque aún nos queda la incógnita de a quién y en qué mercado
los comerciaban).
De la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España
destaca el relato del apoyo de los tlaxcaltecas a los europeos y las
razones que tuvieron para brindarlo. Por ejemplo, se cuenta cómo,
después de que los tlaxcaltecas guerrearon duramente contra los hombres
de Cortés, tomaron el acuerdo de unirse a ellos; cuando los recibieron
en una de sus ciudades, les ofrecieron, para que pernoctaran, aposentos
con camas y mantas que estaban hechas con la fibra de pencas de maguey y
no con las del algodón, del que se hacía ropa y mantas diversas.
Sabemos que si los tlaxcaltecas no tenían algodón era porque vivían en
constante asedio y guerras pactadas y periódicas con los mexicas,
quienes les prohibían el intercambio comercial con otros pueblos, muy
común en toda Mesoamérica. Les habían impuesto algo que hoy llamaríamos
bloqueo comercial, aunque el hecho de que los mexicas impidieran el
acceso a los tlaxcaltecas al algodón era peccata minuta.
Otro de los pasajes interesantes es aquel en el que se relata cómo murió
Moctezuma II: de tres pedradas que recibió cuando trató de llamar a los
suyos a que no se sublevaran contra los conquistadores, mientras estos,
ya dentro de la ciudad de Tenochtitlan, se habían dedicado a fundir las
joyas de oro que les dieron los mexicas y que convirtieron en barras.
Al dejar la ciudad por temor de que los mexicas los sacrificaran en
honor de sus dioses, Cortés repartió a sus hombres ese tesoro y, luego
de apartar “el quinto real” (la parte que debían entregar al rey de
España), dijo a sus hombres que podían llevar el oro que pudieran
cargar.
Esta publicación es sólo un extracto del artículo "Para entender la
conquista de Tenochtitlan" del autor Daniel Díaz, que se publicó en Relatos e Historias en México, número 108.
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