Los sacrificios humanos y el canibalismo en el reino mexica
Daniel Díaz
Hablar de la práctica de sacrificios humanos entre los pueblos del antiguo México provoca una mezcla de escándalo y curiosidad. Hay quienes suponen que se trata de un salvajismo y rechazan de modo tajante su existencia. Y quienes la aceptan, considerando también que es un salvajismo, suponen que los pueblos sometidos por los mexicas, los vencidos tras una cruenta guerra con los europeos, hartos de esa situación aceptaron de buen grado la dominación española para que esa nefasta costumbre terminara. La explicación es diferente y se halla al entender el mundo prehispánico.
Los
sacrificios humanos existieron y tuvieron una larga tradición en Mesoamérica,
aunque histórica y arqueológicamente están poco documentados en los inicios del
desarrollo de las grandes civilizaciones de la región, aproximadamente en el
1500 a. C. Los datos en los que están las huellas de esas prácticas son
abundantes poco después del 500 d. C.; están presentes en la escultura y en
huesos –incluso los humanos, trabajados para crear objetos que se usaban en
rituales públicos y privados–, además de quedar plasmados en murales,
documentos pictóricos, entre otros.
Las
huellas de los sacrificios humanos llegan hasta nuestros días porque fueron
representantes de una parte de la sociedad mesoamericana y son síntesis de la
manera en que esta se reprodujo.
Estamos en deuda para ser merecedores
La
religión y la cosmovisión de los mesoamericanos tenían fuertes cimientos
ideológicos que, en gran medida, giraban en torno a “la noción de deuda. Una
criatura debe la vida, y todo lo que hace posible vivir, gracias a sus
creadores”, como lo afirma el historiador belga Michel Graulich.
Por
esta razón, debían estar al pendiente de los dioses, alimentarlos y procurar su
bienestar para que, de manera recíproca, enviaran la lluvia, a la cual
detendrían si era mucha o la harían abundante si era escasa. También para que
contuvieran las heladas, las sequías y demás fenómenos meteorológicos que
afectaban a los agricultores.
Los
dioses daban así la vida a sus hijos, los hombres. Las deidades creadoras eran
alimentadas de muchas maneras: se les ofrecía el aroma de los humos producidos
por la combustión de vegetales y resinas, el perfume de las flores, la sangre
de los animales a los que, en ocasiones y después de muertos, se les adornaba
con las insignias de los dioses a los que se ofrendaban junto con otros objetos
valiosos, como el jade, plumas, adornos de cobre y oro. También se les debía
entregar lo que era considerado como la ofrenda más preciada: la sangre del
autosacrificio, la cabeza o el corazón de un ser humano, el cuerpo o los
huesos.
Pero
a los dioses no solo se les ofrendaban hombres; se les daban venados, perros,
jaguares, serpientes y aves como las codornices, a las que los sacerdotes les
arrancaban la cabeza. Muchos de estos animales fueron colocados cuidadosamente
en cajas de piedra y luego en los edificios. También se formaba, con lajas, un
receptáculo para ponerlos o se les depositaba directamente entre las piedras de
los muros y se les cubría con la argamasa utilizada en la construcción de un
edificio.
Los “sanguinarios” mexicas
Cuando
la expedición de Hernán Cortés llegó y trabó contacto con los habitantes de la
costa del actual golfo de México, el capitán español se enteró de la existencia
de los mexicas, el pueblo que dominaba el mundo conocido en estas tierras: el
Anáhuac. Rápidamente supo que eran grandes guerreros; que sometían a quienes poseyeran
algo que ellos necesitaran; que eran crueles y que además sacrificaban seres
humanos. En palabras de Bernal Díaz del Castillo, “son idólatras y se
sacrifican y matan en sacrificios muchos hombres, é niños y mugeres, y comen
carne humana”.
Con
estas noticias se enteraron también de que los mexicas vivían en una ciudad
grande y lujosa rodeada por agua, gobernada por un gran señor, Moctezuma II,
quien era muy rico y poderoso. Entonces, los expedicionarios decidieron marchar
hacia esa ciudad, Tenochtitlan, para conocerla y “rescatar”, obtener de buen
grado o por la fuerza, sus riquezas. A su paso, y de acuerdo con las crónicas
españolas, se enteraron de que no solo los mexicas hacían sacrificios con seres
humanos y animales.
Los
españoles lograron entrar y permanecer en Tenochtitlan en son de paz, aunque
hicieron prisionero a Moctezuma II. Así conocieron lo que hoy se identifica
como el recinto sagrado. Uno de los soldados al mando de Hernán Cortés, Andrés
de Tapia, en su crónica, describe cómo vio a la escultura que llamamos
Coatlicue y también “una torre de cráneos”. Se sabe ahora que esta era parte
del tzompantli
de Tenochtitlan, una estructura hecha de madera, similar a un andamio, en cuyos
travesaños se colocaban, de forma horizontal o vertical, los cráneos de los
sacrificados; se les hacía una perforación en ambos lados o en la base y la
parte alta para que por el agujero resultante pasara la trabe.
Ese
andamio generalmente estaba en la cima de un edificio de piedra, a veces
adornado con cráneos esculpidos que imitaban a los que estaban colocados en las
varillas del tzompantli.
Las cajas óseas permanecían ahí y las partes blandas se descomponían con el
tiempo. Para que la mandíbula no se cayera, se ataba con cintas. Las testas
esqueléticas puestas a la intemperie se deterioraban y era preciso quitarlas y
ubicarlas en otro lado. Por cierto, esto es el origen de las torres de cráneos
del soldado y cronista español Andrés de Tapia, quien participó con Cortés en
la conquista de México a principios del siglo XVI. Por otro lado, con esos
cráneos se fabricaba, con solo la parte frontal, una máscara a la que en las
cuencas orbitales se ponía una concha y una pieza de pirita de cobre para
simular los ojos.
El
tzompantli
significaba follaje y vegetación que reverdecía; las cabezas de los
sacrificados eran las semillas que darían fruto y alimentarían a los hombres.
Esta estructura estaba colocada en un lugar sagrado y restringido al que pocos
tenían acceso. Era un sitio público y privado al mismo tiempo. Seguramente,
quienes veían el tzompantli sabían qué significaba y quizá supieran que a la
par que ofrenda sublime era una oración-petición permanente a las divinidades.
Muy probablemente, no se escandalizarían.
Todos son caníbales
A
la llegada de los españoles a México, los mexicas eran un pueblo que estaba
entre los más desarrollados. Hernán Cortés, cuando hablaba con los emisarios de
Moctezuma II, afirmaba que los había enviado un gran señor para que les
enseñara la verdadera religión y, entre otras muchas recomendaciones, les
dijera que no comieran carne humana. Las crónicas de los españoles hacen
hincapié en que los mexicas comían carne humana, que eran caníbales.
La
idea de gente que comía carne de seres humanos como si fuera la de otro animal,
o que se criaban seres humanos y se les engordaba para comerlos, fue propalada
por el navegante y cartógrafo genovés Cristóbal Colón…
Esta
publicación es sólo un fragmento del artículo "El nuevo mundo: un reino
caníbal" del autor Daniel Díaz que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México
número 111.
El sacrificio, el
canibalismo y la exposición de restos humanos en el tzompantli atrajo
la atención de historiadores y artistas del México decimonónico.
OBRA DE ADRIÁN UNZUETA, EL TZOMPANTLI. SACRIFICIO
DE ESPAÑOLES POR MEXICAS, 1898, ÓLEO SOBRE TELA. MUSEO NACIONAL DE
HISTORIA, SECRETARÍA DE CULTURA.INAH.MX
OBRA DE GIROLAMO BENZONI Y THÉODORE DE BRY, LOS
CANÍBALES EN UN BANQUETE, CA. 1528-1599, GRABADO
El lugar de
los sacrificados
El tzompantli llamó la atención de los
españoles. Fray Diego Durán describe que los cráneos de sacrificados eran
colocados ahí luego de que se les había retirado el tejido y las partes blandas
(como ojos y cerebro), aunque a algunos se les dejaba el cabello y así se exponían
hasta que se les caía. Agrega que la carne de los cráneos se comía y que estos
eran renovados cuando se descomponían y caían del tzompantli. Hay evidencias
arqueológicas de las plataformas donde se colocaba la estructura de madera y,
recientemente, se localizaron en el Templo Mayor los cráneos de los que hablara
Durán. Y como en la Europa del siglo XVI, este hallazgo causó escándalo cuando
se difundió. La curiosidad por saber si los cráneos eran comidos fue mayúscula
y hasta algunos diarios dijeron que se les incluía en el pozole.
GRAN TZOMPANTLI
DE TENOCHTITLAN, CÓDICE DURÁN. REPROGRAFÍA: MARCO ANTONIO PACHECO / ARQUEOLOGÍA
MEXICANA / RAÍCES
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